miércoles, 13 de enero de 2010

Las acepciones de la resiliencia

Desde hace algunos meses hemos detectado un aumento en las solicitudes que recibimos para realizar conferencias y exposiciones sobre resiliencia, sobre todo en colectivos del mundo empresarial. Desde entonces hemos sido testigos directos de cómo el concepto de resiliencia ha ido calando, no sólo en el mundo de las organizaciones, si no, también, en los más diversos ámbitos.

Este interés también ha provocado que la resiliencia se convierta en un concepto-masa al que casi todo el mundo añade su propia interpretación. Desde la física no cabe ninguna duda. La resiliencia es una característica que presentan algunos objetos; poseen esta característica si después de verse sometidos a una presión “extrema” son capaces de volver a su condición inicial.

Ahora bien, nuestro cerebro, tan plástico él, tiene la capacidad de “metaforizar” el concepto y ajustarlo a determinadas perspectivas. Así, si nos referimos a colectivos desfavorecidos, entendemos la resiliencia como la capacidad de sobrevivir a entornos o condiciones socio-familiares límite y, aún así, encontrar salidas logrando una calidad de vida razonable.

Si hablamos de resiliencia en contextos más genéricos, nos referimos a la capacidad de sobreponerse a golpes duros o a adversidades, reorientar las metas, tomar decisiones, actuar y recoger los aprendizajes y utilizarlos para crecer.

En el ámbito de las organizaciones tratamos acerca de la capacidad que tienen para ser flexibles, adaptarse rápidamente a cambios, responder y aprender a adelantarse a las circunstancias.

Independientemente de los ámbitos de referencia, en todos los casos la resiliencia se refiere a un conjunto de capacidades que se ponen en juego ante la presencia de adversidades. En este punto es útil señalar dos aspectos; en primer lugar, definir qué entendemos por “adversidad”. Para nosotros, adversidad será cualquier circunstancia o suceso al que se le otorga una significación negativa, que en muchas ocasiones aparece de forma repentina y que, en todos los casos supone un desequilibrio o una ruptura de la homeostasis del sistema. Supone una ruptura de la línea marcada, un cambio brusco y no deseado que tiene como consecuencias un efecto indeseable.

En segundo lugar, es conveniente diferenciar entre el suceso en sí (el disparador) y la respuesta que ofrece la persona o la organización ante tal disparador. La capacidad de resiliencia reside en este segundo aspecto y no en cualquier tipo de respuesta, sino en aquellas que catalogamos como respuestas resiliente aquellas que cumplen con el objetivo de superar las circunstancias provocadas por el disparador.

Es curioso señalar como cuando en nuestros talleres pedimos a los asistentes que piensen en alguno de los momentos clave de su vida, momentos que hayan servido para crecer personalmente, muchos nos narran situaciones vinculadas a adversidades. Para nosotros este hecho constituye la prueba de que una circunstancia adversa sólo representa un disparador, un hecho, un suceso sin mayor relieve hasta que no se vincula con la respuesta de la persona u organización que lo experimenta.

A partir de aquí se nos presenta una dicotomía referida a la toma de decisiones ante el disparador:

a) o interpreto la situación y respondo de la “única manera que puedo”.

b) o interpreto y respondo eligiendo “cómo quiero que sea mi actitud, cómo quiero pensar, asumir y comportarme ante tales circunstancias.

Dicho de otro modo, ¿optas por que sean las circunstancias las que controlen tus respuestas y tus estados o decides ser tú quien opte por poner en marcha respuestas que te resulten más adaptativas?

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