Seguramente será muy difícil encontrar a alguien que responda que prefiere que sean las circunstancias las que controlen sus emociones y sus actos. En la gran mayoría de las ocasiones las personas manifiestan su preferencia por ser ellas mismas las dueñas de su destino. Pero la gran pregunta es, cómo conseguirlo.
Nuestra experiencia, recogida a lo largo de muchas horas de formación, nos convence de que, a grandes rasgos, las personas saben identificar correctamente qué es lo conveniente en cada caso, qué es lo que “deben” hacer. Saben que han de gestionar las emociones ante situaciones de tensión, que han de manejar el estrés en épocas de excesiva carga de trabajo, que han de disociarse y tomar distancia ante acontecimientos negativos, etc. Actualmente tenemos ingente cantidad de información acerca de los que debemos hacer en todas estas situaciones y quien más y quien menos, ha recibido algún tipo de formación al respecto. Hoy en día casi todo el mundo acierta a definir conceptos como la empatía, la asertividad, inteligencia emocional, etc.
Pero entonces, ¿por qué no lo hacemos? ¿Por qué no somos más empáticos?¿Por qué no gestionamos más adecuadamente nuestras emociones?¿Por qué las personas siguen estresándose? ¿Por qué los consultores de recursos humanos, especialistas en planificación del trabajo y gestión del tiempo, siguen llevándose trabajo a casa?
Seguramente haya más de una respuesta a estas cuestiones. De hecho se me ocurren varias, aunque la razón que ocupa el primer lugar en nuestro escalafón es que entender racionalmente un proceso, no garantiza el ponerlo en práctica. Es más, no existe ninguna relación directa entre entender qué es la empatía y ser empático. De igual forma, no hay ninguna relación directa entre saber qué es la resiliencia y ser una persona resiliente.
Las conductas resilientes (o empáticas o asertivas o cualquier otra habilidad emocional o interpersonal) están determinadas por una serie de pensamientos “habituales”. Por pensamientos habituales nos referimos a pensamientos automáticos y por pensamientos automáticos nos referimos a inconscientes.
Estos pensamientos automáticos entran en acción ante la presencia de los famosos disparadores de los que hablábamos en nuestra anterior entrada. Estos disparadores son estímulos externos o internos (otros pensamientos) que, por diversos motivos, se convierten o se convirtieron en estímulos críticos para nosotros. Por reflejarlo esquemáticamente, la cuestión sería más o menos como sigue:
Pongamos contenido al esquema anterior:
¿Cómo darle la vuelta a la tortilla? Muchos libros de autoayuda te dirán que lo que “tienes que hacer” es no pensar ese tipo de cosas. ¡Qué listos, si supiese cómo hacerlo ya lo hubiese hecho! La cuestión no es tanto dejar de hacer algo, sino más bien comenzar a hacer otra cosa diferente a lo que hacía, es decir, empezar a entrenar a tu cabeza para responder automáticamente de forma mucho más útil para ti de cómo lo estabas haciendo.
Para conseguirlo es necesario una especie de proceso de entrenamiento mental, ya que, al fin y al cabo, la forma cómo actualmente piensas la has ido adquiriendo a base de largo tiempo de práctica, a pesar de que, hasta ahora, no hayas sido consciente de ello.
¿Esto quiere decir que necesitarás años de práctica para darle la vuelta a la situación? Pues, no necesariamente, aunque a decir verdad, no creemos en tratamientos milagrosos, mágicos o instantáneos y sí en procesos de cambio más sólidos y en una práctica sistemática y constante. Igual que tu musculatura necesita algo más que un par de sesiones de entrenamiento para fortalecerse, tu cerebro necesita cierta práctica para adquirir el hábito del pensamiento resiliente.
A partir de aquí, la cuestión estriba en decidir si quieres continuar manteniendo un tipo de pensamiento que menoscabe tu capacidad y tus posibilidades o, por el contrario, estás dispuesto a entrenar a tu músculo resiliente y adquirir hábitos de pensamiento que te permitan fortalecerte interiormente.